viernes, 25 de julio de 2014

Mira lo que soy, mira lo que hago


Hace más o menos un año y medio, mi amiga Olga puso en su facebook un enlace de un curso gratuíto para aprender a coser a máquina. Yo, que había cosido un poco, y que tenía una máquina de coser bastante arrumbada en un rincón, seguí el vínculo y me apunté. Total, pensé, será una bobada, pero para lo que me va a costar...

Así descubrí a Chita Lou y me aficioné a la costura. 

En el colegio había aprendido a coser a mano. Mi cole era lo que entonces se llamaba un Colegio Nacional, o sea, un colegio público. Entonces (hace meses que cumplí los cincuenta) se practicaba escrupulosamente lo que ahora se llama educación segregada, y mi colegio era solo de niñas. Por eso nos enseñaron a coser, y a hacer ganchillo, actividades que yo odiaba con toda mi alma por dos cosas: porque, como me mordía las uñas hasta los muñones, era bastante torpe con los dedos, y, sobre todo, porque basta que me intenten obligar a hacer cualquier cosa para que le coja una manía brutal. Sin embargo, hay que reconocer que aquellas profesoras de EGB debían ser muy buenas en lo suyo, porque, si bien nunca aprendí a dibujar, lo cierto es que siempre he tenido cierta soltura con la aguja. Justo cuando dejé de hacerlo por obligación.

Ibamos por lo de Chita Lou. Me enganché. A lo bestia, como yo hago las cosas, tanto en el trabajo como en el deporte, como en el amor o las aficiones.

Tuve la oportunidad de apuntarme a un curso presencial de Sylvia "Un neceser como no hay otro". Aprendí mucho allí, y la conocí a ella. Una de las personas más encantadoras que he conocido en mi vida. Nunca le agradeceré lo bastante sus palabras de ánimo, y las carcajadas con las que acogía mis payasadas. Más enganche. Mis amigas y mis cuñadas tienen los bolsos llenos de neceseres. 

Coincidiendo en ese tiempo, Sylvia montó un grupo en Facebook, "Aprende a coser a máquina" y, sin comerlo ni beberlo, me convertí en un miembro bastante activo del grupo. Resulta que yo, que llevaba dos minutos y medio cosiendo, ¡¡era capaz de ayudar a otras personas!!

En aquel grupo surgió una quedada madrileña. Unas cuantas nos juntamos en un local y allí las conocí a ellas: Ana Pastor. una valenciana-mallorquina aficionada a las manualidades, con un carácter parecido al mío, pura efervescencia, genio fuerte y buen corazón. Graciela, profesional del reciclaje (Reci-gra-je, en su caso) y el diseño de cosas variadas para bebés. Anuska, la mujer-estrés por su máster, divertida y jovencísima. Susana, un bombón de persona, casada con un marroquí y (supongo) musulmana por amor, con su hijab y sus enormes ojos, con una risa que suena a cascabeles. Emilia, la más cercana a mi por edad, artesana de bolsos y madre de hija rebeldona, que cuenta las cosas que te mueres de risa. Cris, la artista de los cueros de la risa fácil. Chantal, la anfitriona. Y Silvia, canaria y deliciosa; la mujer pegada a una aguja de crochet, que trasmite calma hasta cuando está cabreada por whatsapp. Poca gente conozco con tanta facilidad para trasmitir conocimientos.

Después se unieron Alicia, Fortuna, su hermana Carmen, Marian...

A Cris le hace mucha gracia cuando digo que este grupo me crea necesidades que yo no tenía, pero es que es cierto.

Hasta aquí el prólogo. Todo esto viene a que he empezado a hacer ganchillo, bajo la supervisión (super visión) de Silvia. Yo, que juraba que nunca lo haría. Yo, que opinaba que eso era cosa de viejas.

Aquí la prueba, sacando la lengua en plena concentración.


Y aquí el resultado, mi primer amigurumi, Polly, un búho-pollo.




Gracias, Olga, por haber empezado a tirar de este ovillo. Y gracias a todas por todo. 

Sobre todo por leerme.


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