lunes, 25 de agosto de 2014

Galleguizándome


Yo llevo 15 años pasando unos pocos días del verano en Galicia. Entre los seis días de los primeros años y los veintiuno de hace dos ha habido bastantes cambios. Mayor o menor capacidad económica, posibilidad de más o menos días de vacaciones, empeoramientos súbitos del tiempo, bodas de amigos cabrones que deciden casarse un 3 de septiembre después de veinte años de noviazgo...

Lo que nunca cambia es la sensación de estar en casa. A ello ayuda el hecho de estar en un hospedaje cuyo dueño es amigo, por supuesto. 

Cincuenta metros en línea recta hasta la playa. Y probablemente exagere. Las Islas Cíes al alcance de la mano desde la ventana. Los atardeceres más maravillosos que nunca vi. Dormir arropado, cuando vienes del calor infernal del agosto madrileño. Estar en la playa sin esa asquerosa sensación de estarse friendo sobre la arena, blanca como en los anuncios de ron.

Hoy amaneció malo. Por eso estoy aquí, escribiendo mientras mi marido y nuestros amigos fueron a ver el fútbol. Y sin embargo no me molesta no tener sol, ni no haberme podido bañar (cosa que, con el agua a dieciséis grados, tampoco es algo que haga a diario, francamente)

Y es que, después de tantos años, algo se me pegó (además del abandono casi definitivo del pretérito perfecto) . ¿Que hace malo? Es lo que toca, ya hizo bueno otros días. ¿Que llueve? Es lo que hay, por eso esto es tan verde.

Y cómo estar no voy a ser feliz hasta el reventón en un sitio como éste?



Y con mi amor por las palabras bonitas, cómo no voy a adorar a gente que, en lugar de "delfín" utilizan la palabra "arroaz"

:-)

Ni siquiera el hecho de que el próximo lunes sea el lunes más lunes del año puede con esta sensación. Al menos hoy. No me llaméis el domingo, por si acaso.

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