jueves, 14 de mayo de 2015

Soy calor, soy sol, soy agua


Cuando llega el calor revivo. 

A pesar de los pies hinchados, de la modorra infinita, del agua del grifo con sabor a cloaca, de las noches sudorosas...

Por el trino de los gorriones felices, por los días largos, por la luz clara de las mañanas...

Por las sandalias, las uñas de los pies de colores y las mangas cortas, por los tomates maduros...

Por ese jugo de sandía que resbala barbilla abajo...

Por ese brillo que el verano nos pone en la mirada y en la piel...



Posiblemente en quince días esté harta de calor, pero de momento..... Estoy happy



jueves, 26 de febrero de 2015

Mi amigo Yago (y su mamá)


Yo tengo un pequeño amigo llamado Yago. Tiene tres años y medio y el tamaño aproximado de un niño de seis (un niño de seis años bastante grande). 

Mi amigo Yago empezó siendo el hijo de mi amiga Silvia, pero dado su carácter y su sentido de la posesión, ahora el amigo es él, y Silvia su mamá ("Ana es mi amiga, no la tuya, mamá")

Yago es el involuntario poseedor de las mayores vegetaciones del mundo, lo que le convierte en una fuente de babas casi permanente, y en el dueño de los más ricos besos babosos.

Hoy operan a Yago de esas vegetaciones. Hoy su mami Silvia está al borde del colapso mental. Esto es para ella, porque, en contra de lo que Yago piensa, mi amiga es ella.

Aunque claro, eso no se lo vamos a decir a él

martes, 25 de noviembre de 2014

Cuerpo de lunes, mente de martes...


SPOILER DE ESTE POST: Estoy muy incendiada y lo mismo me paso de vueltas. Sorrys anticipadas.


Vuelve una de sus mini-mini vacaciones (ah, no, que son mis dias libres, esos que ultimamente no disfruto a su tiempo) con las pilas cargadas, con la piel sublime por dos horas de spa, con los 51 recién cumplidos, el estómago repleto de exquisiteces y los ojos llenos de buenas vistas.

El lunes empieza complicado, empeora y luego se arregla. Es lo que tienen las siestas, que lo arreglan casi todo, aunque sean de sofá y frente al Everest de ropa sin planchar

Pero llega el martes y en vez de mejorar, resulta que debe ser que mi tiempo, mi esfuerzo y mi dedicación deben valer menos que los demás. Estoy hasta el papo.

Y se me está empezando a notar



Estoy haciendo la hiedra

Casa con hiedra 

Vamos, que me subo por las paredes


miércoles, 22 de octubre de 2014

Por qué Penélope?



Penélope  es un personaje de La Odisea, de Homero

Penélope es la esposa del personaje principal, el rey de Itaca, Ulises. Ella espera durante veinte años (que ya es esperar) el regreso de su marido de la Guerra de Troya. Por esta razón se le considera un símbolo de la fidelidad conyugal hasta el día de hoy. ¿Veinte años de espera, y ni una llamada, ni un whatssap? Me pregunto si preparaba la cena cada noche por si llegaba

Mientras su marido está por ahí con sus amigotes, Penélope es pretendida por múltiples hombres. Para mantener su castidad ante la ausencia de su marido, ésta idea un gran plan. Les dice a los pretendientes que aceptará la desaparición de Ulises, con la consecuente promesa de un nuevo enlace, cuando termine de tejer un sudario, para cuando falleciese el padre del Rey, en el que estaba trabajando. Para mantener el mayor tiempo posible este tejido en elaboración, procura deshacer por la noche lo que creó durante el día, y de esta forma soporta los veinte años. Justo cuando Ulises llega a casa, Penélope termina la labor, el marido tardón mata a los pretendientes y permanece con ella. Happy end. A todo esto, Telémaco, el hijo, ya pasaba de los veinte, y no sé si la historia cuenta (soy lectora compulsiva, pero no he leído La Odisea; ni La Ilíada; ni el Ulises de Joyce) qué le pareció a él lo de tener un padre de repente, después de haber tenido tanto tiempo a mamá para él solito. Pero eso ya es otro mito griego

Y por qué Penélope aquí? 
  • Soy fiel por convicción
  • Deshago sin dolor: para mí tirar de la hebra, descoser lo cosido o reescribir lo escrito son parte consustancial del proceso creativo.
  • Es un velado homenaje a mis padres: mi madre hacía punto; y deshacía punto casi en la misma proporción. Era terminar un jersey y deshacer otro para rehacerlo mezclando la lana con aquella otra para conseguir no sé qué textura. Eso, cuando no llegaba a acabarlo porque a punto de cerrar se daba cuenta que habíamos crecido y ya nos quedaba pequeño. Cuando mi padre llegaba de trabajar (buf, la cantidad de horas extraordinarias que hacía el pobre) y se la encontraba ovillando lanas recicladas, le decía "Buenas noches, Penélope". Él, lector compulsivo como yo, (yo como él, más bien) tampoco había leído La Odisea; ni La Ilíada; ni el Ulises de Joyce. Pero como era un tipo culto (de la cultura ésa que da el leer todo lo que pillas, y de tener la radio puesta 18 horas diarias) conocía el mito.
Yo tengo menos paciencia que Penélope, y supongo que si mi marido se presentase  después de veinte años de espera, lo mínimo que le hubiera dicho sería "Habrás ganado la guerra, por lo menos, no?"

Y a continuación: "Pues te advierto que no he ido a la compra, así que si quieres cenar, vete pensando dónde vamos"



lunes, 6 de octubre de 2014

El niño que leyó




Cuando yo era chiquita los niños aprendíamos a leer de manera diferente a los de ahora. Nos pasábamos un montón de tiempo aprendiendo las letras y con aquello tan conocido de "la m con la a, ma" cuando apenas habíamos abandonado los pañales. Yo leía perfectamente a los cuatro años, así que imagino que empecé a conocer las vocales a los tres. Ahora los nenes hacen otras cosas (más divertidas, supongo) y aprenden a leer mucho más tarde, pero en mucho menos tiempo.

El niño del que hablo nació en 1958 y es mi primo Rafa. (No sé nada de él desde hace muchos años, así que por si alguna vez decide poner su nombre en Google, ésto va por ti, Rafael García Gil)

Rafita era un niño con un tirón personal que supongo que no habrá perdido con los años. Su abuelo Rafael le llevaba al colegio cada día, y le compraba cromos en la tienda de Gordillo (una especie de paraiso para los críos en la calle Blasco de Garay, donde vendían golosinas, tebeos y peonzas)

Un día Rafita dijo la frase que todos los niños hemos dicho alguna vez: "yo quiero una bicicleta" y Rafael contestó "cuando aprendas a leer te la compro"

Supongo que el tiempo de aprendizaje se le haría interminable a mi primo, así que un día le dijo a su abuelo "ya sé leer, mira, ahí pone ZA-PA-TE-RI-A"


Rafael le compró la bicicleta, por supuesto, pero no por saber leer, sino por ser un niño listo. El cartel que señalaba su nieto era algo parecido a esto:

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Las cosas que me gustan



Los abrazos apretados
Las pajaritas de papel
Los calcetines
Las tostadas con aceite y azúcar
Las canicas
Los bocadillos de queso con membrillo
Los libros de Asterix
Los cuadernos sin empezar
Las sábanas recién planchadas
Los cestos de mimbre
Las cajas de pinturas
Las niñas con trenzas
Los atardeceres sobre el mar
Las caricias en el pelo
Las chuletas de cordero con patatas fritas
Los gorriones en bandadas
Las limas de uñas
Los paseos por la playa
Los bebés mamando   
Las películas de Billy Wilder
Los masajes en los pies
Los melocotones maduros
Los cines de verano
Los timbres de bicicleta
Las virutas de jamón en el salmorejo
Los imanes
Las siestas a la sombra
Los libros
La gente que lee libros
La gente que lee
La gente que me lee




lunes, 25 de agosto de 2014

Galleguizándome


Yo llevo 15 años pasando unos pocos días del verano en Galicia. Entre los seis días de los primeros años y los veintiuno de hace dos ha habido bastantes cambios. Mayor o menor capacidad económica, posibilidad de más o menos días de vacaciones, empeoramientos súbitos del tiempo, bodas de amigos cabrones que deciden casarse un 3 de septiembre después de veinte años de noviazgo...

Lo que nunca cambia es la sensación de estar en casa. A ello ayuda el hecho de estar en un hospedaje cuyo dueño es amigo, por supuesto. 

Cincuenta metros en línea recta hasta la playa. Y probablemente exagere. Las Islas Cíes al alcance de la mano desde la ventana. Los atardeceres más maravillosos que nunca vi. Dormir arropado, cuando vienes del calor infernal del agosto madrileño. Estar en la playa sin esa asquerosa sensación de estarse friendo sobre la arena, blanca como en los anuncios de ron.

Hoy amaneció malo. Por eso estoy aquí, escribiendo mientras mi marido y nuestros amigos fueron a ver el fútbol. Y sin embargo no me molesta no tener sol, ni no haberme podido bañar (cosa que, con el agua a dieciséis grados, tampoco es algo que haga a diario, francamente)

Y es que, después de tantos años, algo se me pegó (además del abandono casi definitivo del pretérito perfecto) . ¿Que hace malo? Es lo que toca, ya hizo bueno otros días. ¿Que llueve? Es lo que hay, por eso esto es tan verde.

Y cómo estar no voy a ser feliz hasta el reventón en un sitio como éste?



Y con mi amor por las palabras bonitas, cómo no voy a adorar a gente que, en lugar de "delfín" utilizan la palabra "arroaz"

:-)

Ni siquiera el hecho de que el próximo lunes sea el lunes más lunes del año puede con esta sensación. Al menos hoy. No me llaméis el domingo, por si acaso.