martes, 25 de noviembre de 2014

Cuerpo de lunes, mente de martes...


SPOILER DE ESTE POST: Estoy muy incendiada y lo mismo me paso de vueltas. Sorrys anticipadas.


Vuelve una de sus mini-mini vacaciones (ah, no, que son mis dias libres, esos que ultimamente no disfruto a su tiempo) con las pilas cargadas, con la piel sublime por dos horas de spa, con los 51 recién cumplidos, el estómago repleto de exquisiteces y los ojos llenos de buenas vistas.

El lunes empieza complicado, empeora y luego se arregla. Es lo que tienen las siestas, que lo arreglan casi todo, aunque sean de sofá y frente al Everest de ropa sin planchar

Pero llega el martes y en vez de mejorar, resulta que debe ser que mi tiempo, mi esfuerzo y mi dedicación deben valer menos que los demás. Estoy hasta el papo.

Y se me está empezando a notar



Estoy haciendo la hiedra

Casa con hiedra 

Vamos, que me subo por las paredes


miércoles, 22 de octubre de 2014

Por qué Penélope?



Penélope  es un personaje de La Odisea, de Homero

Penélope es la esposa del personaje principal, el rey de Itaca, Ulises. Ella espera durante veinte años (que ya es esperar) el regreso de su marido de la Guerra de Troya. Por esta razón se le considera un símbolo de la fidelidad conyugal hasta el día de hoy. ¿Veinte años de espera, y ni una llamada, ni un whatssap? Me pregunto si preparaba la cena cada noche por si llegaba

Mientras su marido está por ahí con sus amigotes, Penélope es pretendida por múltiples hombres. Para mantener su castidad ante la ausencia de su marido, ésta idea un gran plan. Les dice a los pretendientes que aceptará la desaparición de Ulises, con la consecuente promesa de un nuevo enlace, cuando termine de tejer un sudario, para cuando falleciese el padre del Rey, en el que estaba trabajando. Para mantener el mayor tiempo posible este tejido en elaboración, procura deshacer por la noche lo que creó durante el día, y de esta forma soporta los veinte años. Justo cuando Ulises llega a casa, Penélope termina la labor, el marido tardón mata a los pretendientes y permanece con ella. Happy end. A todo esto, Telémaco, el hijo, ya pasaba de los veinte, y no sé si la historia cuenta (soy lectora compulsiva, pero no he leído La Odisea; ni La Ilíada; ni el Ulises de Joyce) qué le pareció a él lo de tener un padre de repente, después de haber tenido tanto tiempo a mamá para él solito. Pero eso ya es otro mito griego

Y por qué Penélope aquí? 
  • Soy fiel por convicción
  • Deshago sin dolor: para mí tirar de la hebra, descoser lo cosido o reescribir lo escrito son parte consustancial del proceso creativo.
  • Es un velado homenaje a mis padres: mi madre hacía punto; y deshacía punto casi en la misma proporción. Era terminar un jersey y deshacer otro para rehacerlo mezclando la lana con aquella otra para conseguir no sé qué textura. Eso, cuando no llegaba a acabarlo porque a punto de cerrar se daba cuenta que habíamos crecido y ya nos quedaba pequeño. Cuando mi padre llegaba de trabajar (buf, la cantidad de horas extraordinarias que hacía el pobre) y se la encontraba ovillando lanas recicladas, le decía "Buenas noches, Penélope". Él, lector compulsivo como yo, (yo como él, más bien) tampoco había leído La Odisea; ni La Ilíada; ni el Ulises de Joyce. Pero como era un tipo culto (de la cultura ésa que da el leer todo lo que pillas, y de tener la radio puesta 18 horas diarias) conocía el mito.
Yo tengo menos paciencia que Penélope, y supongo que si mi marido se presentase  después de veinte años de espera, lo mínimo que le hubiera dicho sería "Habrás ganado la guerra, por lo menos, no?"

Y a continuación: "Pues te advierto que no he ido a la compra, así que si quieres cenar, vete pensando dónde vamos"



lunes, 6 de octubre de 2014

El niño que leyó




Cuando yo era chiquita los niños aprendíamos a leer de manera diferente a los de ahora. Nos pasábamos un montón de tiempo aprendiendo las letras y con aquello tan conocido de "la m con la a, ma" cuando apenas habíamos abandonado los pañales. Yo leía perfectamente a los cuatro años, así que imagino que empecé a conocer las vocales a los tres. Ahora los nenes hacen otras cosas (más divertidas, supongo) y aprenden a leer mucho más tarde, pero en mucho menos tiempo.

El niño del que hablo nació en 1958 y es mi primo Rafa. (No sé nada de él desde hace muchos años, así que por si alguna vez decide poner su nombre en Google, ésto va por ti, Rafael García Gil)

Rafita era un niño con un tirón personal que supongo que no habrá perdido con los años. Su abuelo Rafael le llevaba al colegio cada día, y le compraba cromos en la tienda de Gordillo (una especie de paraiso para los críos en la calle Blasco de Garay, donde vendían golosinas, tebeos y peonzas)

Un día Rafita dijo la frase que todos los niños hemos dicho alguna vez: "yo quiero una bicicleta" y Rafael contestó "cuando aprendas a leer te la compro"

Supongo que el tiempo de aprendizaje se le haría interminable a mi primo, así que un día le dijo a su abuelo "ya sé leer, mira, ahí pone ZA-PA-TE-RI-A"


Rafael le compró la bicicleta, por supuesto, pero no por saber leer, sino por ser un niño listo. El cartel que señalaba su nieto era algo parecido a esto:

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Las cosas que me gustan



Los abrazos apretados
Las pajaritas de papel
Los calcetines
Las tostadas con aceite y azúcar
Las canicas
Los bocadillos de queso con membrillo
Los libros de Asterix
Los cuadernos sin empezar
Las sábanas recién planchadas
Los cestos de mimbre
Las cajas de pinturas
Las niñas con trenzas
Los atardeceres sobre el mar
Las caricias en el pelo
Las chuletas de cordero con patatas fritas
Los gorriones en bandadas
Las limas de uñas
Los paseos por la playa
Los bebés mamando   
Las películas de Billy Wilder
Los masajes en los pies
Los melocotones maduros
Los cines de verano
Los timbres de bicicleta
Las virutas de jamón en el salmorejo
Los imanes
Las siestas a la sombra
Los libros
La gente que lee libros
La gente que lee
La gente que me lee




lunes, 25 de agosto de 2014

Galleguizándome


Yo llevo 15 años pasando unos pocos días del verano en Galicia. Entre los seis días de los primeros años y los veintiuno de hace dos ha habido bastantes cambios. Mayor o menor capacidad económica, posibilidad de más o menos días de vacaciones, empeoramientos súbitos del tiempo, bodas de amigos cabrones que deciden casarse un 3 de septiembre después de veinte años de noviazgo...

Lo que nunca cambia es la sensación de estar en casa. A ello ayuda el hecho de estar en un hospedaje cuyo dueño es amigo, por supuesto. 

Cincuenta metros en línea recta hasta la playa. Y probablemente exagere. Las Islas Cíes al alcance de la mano desde la ventana. Los atardeceres más maravillosos que nunca vi. Dormir arropado, cuando vienes del calor infernal del agosto madrileño. Estar en la playa sin esa asquerosa sensación de estarse friendo sobre la arena, blanca como en los anuncios de ron.

Hoy amaneció malo. Por eso estoy aquí, escribiendo mientras mi marido y nuestros amigos fueron a ver el fútbol. Y sin embargo no me molesta no tener sol, ni no haberme podido bañar (cosa que, con el agua a dieciséis grados, tampoco es algo que haga a diario, francamente)

Y es que, después de tantos años, algo se me pegó (además del abandono casi definitivo del pretérito perfecto) . ¿Que hace malo? Es lo que toca, ya hizo bueno otros días. ¿Que llueve? Es lo que hay, por eso esto es tan verde.

Y cómo estar no voy a ser feliz hasta el reventón en un sitio como éste?



Y con mi amor por las palabras bonitas, cómo no voy a adorar a gente que, en lugar de "delfín" utilizan la palabra "arroaz"

:-)

Ni siquiera el hecho de que el próximo lunes sea el lunes más lunes del año puede con esta sensación. Al menos hoy. No me llaméis el domingo, por si acaso.

martes, 5 de agosto de 2014

A gusto, el octavo mes del año


Vacaciones: dícese del tiempo en el que no se trabaja.

En mi caso, tiempo en el que procuro no hacer nada, en el que me quito el reloj, tiempo de terraza y piscina. Tiempo de filetes empanados, tortilla y pimientos. Pan para los gorriones. Tiempo de leer, escribir y ganchillear. Amigas y parque. Siesta bajo el ventilador, y, en unos días, playa de arena blanca y desayunos bi-dosis.

Nos veremos por aquí.

O quizá no.


viernes, 25 de julio de 2014

Mira lo que soy, mira lo que hago


Hace más o menos un año y medio, mi amiga Olga puso en su facebook un enlace de un curso gratuíto para aprender a coser a máquina. Yo, que había cosido un poco, y que tenía una máquina de coser bastante arrumbada en un rincón, seguí el vínculo y me apunté. Total, pensé, será una bobada, pero para lo que me va a costar...

Así descubrí a Chita Lou y me aficioné a la costura. 

En el colegio había aprendido a coser a mano. Mi cole era lo que entonces se llamaba un Colegio Nacional, o sea, un colegio público. Entonces (hace meses que cumplí los cincuenta) se practicaba escrupulosamente lo que ahora se llama educación segregada, y mi colegio era solo de niñas. Por eso nos enseñaron a coser, y a hacer ganchillo, actividades que yo odiaba con toda mi alma por dos cosas: porque, como me mordía las uñas hasta los muñones, era bastante torpe con los dedos, y, sobre todo, porque basta que me intenten obligar a hacer cualquier cosa para que le coja una manía brutal. Sin embargo, hay que reconocer que aquellas profesoras de EGB debían ser muy buenas en lo suyo, porque, si bien nunca aprendí a dibujar, lo cierto es que siempre he tenido cierta soltura con la aguja. Justo cuando dejé de hacerlo por obligación.

Ibamos por lo de Chita Lou. Me enganché. A lo bestia, como yo hago las cosas, tanto en el trabajo como en el deporte, como en el amor o las aficiones.

Tuve la oportunidad de apuntarme a un curso presencial de Sylvia "Un neceser como no hay otro". Aprendí mucho allí, y la conocí a ella. Una de las personas más encantadoras que he conocido en mi vida. Nunca le agradeceré lo bastante sus palabras de ánimo, y las carcajadas con las que acogía mis payasadas. Más enganche. Mis amigas y mis cuñadas tienen los bolsos llenos de neceseres. 

Coincidiendo en ese tiempo, Sylvia montó un grupo en Facebook, "Aprende a coser a máquina" y, sin comerlo ni beberlo, me convertí en un miembro bastante activo del grupo. Resulta que yo, que llevaba dos minutos y medio cosiendo, ¡¡era capaz de ayudar a otras personas!!

En aquel grupo surgió una quedada madrileña. Unas cuantas nos juntamos en un local y allí las conocí a ellas: Ana Pastor. una valenciana-mallorquina aficionada a las manualidades, con un carácter parecido al mío, pura efervescencia, genio fuerte y buen corazón. Graciela, profesional del reciclaje (Reci-gra-je, en su caso) y el diseño de cosas variadas para bebés. Anuska, la mujer-estrés por su máster, divertida y jovencísima. Susana, un bombón de persona, casada con un marroquí y (supongo) musulmana por amor, con su hijab y sus enormes ojos, con una risa que suena a cascabeles. Emilia, la más cercana a mi por edad, artesana de bolsos y madre de hija rebeldona, que cuenta las cosas que te mueres de risa. Cris, la artista de los cueros de la risa fácil. Chantal, la anfitriona. Y Silvia, canaria y deliciosa; la mujer pegada a una aguja de crochet, que trasmite calma hasta cuando está cabreada por whatsapp. Poca gente conozco con tanta facilidad para trasmitir conocimientos.

Después se unieron Alicia, Fortuna, su hermana Carmen, Marian...

A Cris le hace mucha gracia cuando digo que este grupo me crea necesidades que yo no tenía, pero es que es cierto.

Hasta aquí el prólogo. Todo esto viene a que he empezado a hacer ganchillo, bajo la supervisión (super visión) de Silvia. Yo, que juraba que nunca lo haría. Yo, que opinaba que eso era cosa de viejas.

Aquí la prueba, sacando la lengua en plena concentración.


Y aquí el resultado, mi primer amigurumi, Polly, un búho-pollo.




Gracias, Olga, por haber empezado a tirar de este ovillo. Y gracias a todas por todo. 

Sobre todo por leerme.